Estamos a pocos dias celebrar la Semana Santa, y nuevamente las figuras del Cristo crucificado llenarán nuestros ojos en diversidad de momentos. La Cruz es por cierto esencial en la fe cristiana y en nuestra adoración, pero el Cristiano ve a la cruz con la esperanza y la conciencia de saber que esa cruz quedó vacia pues Jesus Resucitó. Sin embargo muchos prefieren quedarse con el Cristo indefenso, herido, muerto, que no tiene trascendecia ni ascendencia en nuestra vida. Este el el Cristo de mi tierra, y este Cristo terrenal fue retratado magistralmente por el poeta y filósofo español Miguel de Unamuno, quiero compartirles este escrito del poeta que estoy seguro impactará sus mentes y corazones y nos servirá de aguda reflexin al acercarse el recordatorio de la Pasion de nuestro Señor.
EL CRISTO YACENTE DE SANTA CLARA (IGLESIA DE LA CRUZ) DE PALENCIA
Miguel de Unamuno
EL CRISTO YACENTE DE SANTA CLARA (IGLESIA DE LA CRUZ) DE PALENCIA
Miguel de Unamuno
Éste es aquel convento de franciscas de la antigua leyenda; aquí es donde la Virgen toda cielo hizo por largos años de tornera, cuando la pobre Margarita, loca, de eterno amor sedienta, lo iba a buscar donde el amor no vive, en el seco destierro de esta tierra. Éste es aquel convento de las Claras, las hijas de la dulce compañera del Serafín de Asís que desde Italia sembró estas flores en la España nuestra, blancos lirios del páramo sediento que en aroma conviértennos la queja.
Las pobres en el claustro que un tenorio deslumbró con la luz de la tragedia, llevándose a la pobre Margarita, con su sed de ser madre, la tornera, mientras la dulce lámpara brillaba que ante la Madre Virgen encendiera, cunan, vírgenes madres, como a un niño, al Cristo formidable de esta tierra.
Este Cristo, inmortal como la muerte,no resucita; ¿para qué?, no espera sino la muerte misma. De su boca entreabierta, negra como el misterio indescifrable, fluye hacia la nada, a la que nunca llega, disolvimiento. Porque este Cristo de mi tierra es tierra.
Dormir, dormir, dormir..., es el descanso de la fatiga eterna, y del trabajo del vivir que mata es la trágica siesta. No la quietud de paz en el ensueño, sino profunda inercia, y cual doliente humanidad, en la sima de sus entrañas negras, en silencio montones de gusanos le verbenean.
Cristo que, siendo polvo, al polvo ha vuelto; Cristo que, pues que duerme, nada espera. Del polvo prehumano con que luego nuestro Padre del cielo a Adán hiciera se nos formó este Cristo tras-humano, sin más cruz que la tierra; de polvo eterno de antes de la vida se hizo este Cristo, tierra de después de la muerte; porque este Cristo de mi tierra es tierra.
“No hay nada más eterno que la muerte; todo se acaba —dice a nuestras penas—; no es ni sueño la vida; todo no es más que tierra; todo no es sino nada, nada, nada... y hedionda nada que al soñarla apesta.” Es lo que dice el Cristo pesadilla; porque este Cristo de mi tierra es tierra.
Cierra los dulces ojos con que el otro desnudó el corazón a Magdalena, y hacia dentro de sí mirando, ciego, ve las negruras de su gusanera. Este Cristo cadáver, que como tal no piensa, libre está del dolor del pensamiento, de la congoja atroz que allá en la huerta del olivar al otro —con el alma colmada de tristeza— le hizo pedir al Padre que le ahorrara el cáliz de la pena. Cuajarones de sangre sus cabellos prenden,cuajada sangre negra, que en el Calvario le regó la carne pero esa sangre no es ya sino tierra; grumos de sangre del dolor del cuerpo, rumos de sangre seca. Más del sudor de angustia de la recia batalla del espíritu, de aquel sudor con que la seca tierra regó, de aquellos densos goterones, rastro alguno le queda. Evaporóse aquel sudor llevando el dolor de pensar a las esferas en que sufriendo el pobre pensamiento, buscando a Dios sin encontrarlo, vuela. ¿Y cómo ha de dolerle el pensamiento si es sólo carne muerta, mojama recostrada con la sangre, uajada sangre negra? Ese dolor espíritu no habita en carne, sangre y tierra.
No es este Cristo el Verbo que encarnara en carne vividera este Cristo es la Gana, la real Gana, que se ha enterrado en tierra; la pura voluntad que se destruye muriendo en la materia; una escurraja de hombre trogloditico con la desnuda voluntad que, ciega, escapando a la vida, se eterniza hecha tierra.
Este Cristo español que no ha vivido, negro como el mantillo de la tierra, yace cual la llanura, horizontal, tendido, sin alma y sin espera. Con los ojos cerrados cara al cielo avaro en lluvia y que los panes quema. Y aún con sus negros pies de garra de águila querer parece aprisionar la tierra.
O es que Dios penitente acaso quiso para purgar de culpa su conciencia por haber hecho al hombre, y con el hombre la maldad y la pena, vestido de este andrajo miserable gustar muerte terrena.
La piedad popular ve que las uñas y el cabello le medran, de la vida lo córneo, lo duro, supersticiones secas, lo que araña y aquello de que se ase la segada cabeza.
La piedad maternal de aquellas pobres hijas de Santa Clara le cubriera con faldillas de blanca seda y oro las hediondas vergüenzas, aunque el zurrón de huesos y de podre no es ni varón ni hembra; que este Cristo español, sin sexo alguno, más allá yace de esa diferencia que es el trágico nudo de la historia, pues este Cristo de mi tierra es tierra.
¡Oh Cristo pre-cristiano y post-cristiano. Cristo todo materia, Cristo árida carroña recostrada con cuajarones de la sangre seca; el cristo de mi pueblo es este Cristo: carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra!
Y las pobres franciscas del convento en que la Virgen Madre fue tornera —la Virgen toda cielo y toda vida, sin pasar por la muerte al cielo vuelta— cunan la muerte del terrible Cristo que no despertará sobre la tierra, porque él, el Cristo de mi tierra, es sólo tierra, tierra, tierra, tierra... carne que no palpita, tierra, tierra, tierra, tierra... cuajarones de sangre que no fluye, tierra, tierra, tierra, tierra...
¡Y tú, Cristo del cielo, redímenos del Cristo de la tierra!
Las pobres en el claustro que un tenorio deslumbró con la luz de la tragedia, llevándose a la pobre Margarita, con su sed de ser madre, la tornera, mientras la dulce lámpara brillaba que ante la Madre Virgen encendiera, cunan, vírgenes madres, como a un niño, al Cristo formidable de esta tierra.
Este Cristo, inmortal como la muerte,no resucita; ¿para qué?, no espera sino la muerte misma. De su boca entreabierta, negra como el misterio indescifrable, fluye hacia la nada, a la que nunca llega, disolvimiento. Porque este Cristo de mi tierra es tierra.
Dormir, dormir, dormir..., es el descanso de la fatiga eterna, y del trabajo del vivir que mata es la trágica siesta. No la quietud de paz en el ensueño, sino profunda inercia, y cual doliente humanidad, en la sima de sus entrañas negras, en silencio montones de gusanos le verbenean.
Cristo que, siendo polvo, al polvo ha vuelto; Cristo que, pues que duerme, nada espera. Del polvo prehumano con que luego nuestro Padre del cielo a Adán hiciera se nos formó este Cristo tras-humano, sin más cruz que la tierra; de polvo eterno de antes de la vida se hizo este Cristo, tierra de después de la muerte; porque este Cristo de mi tierra es tierra.
“No hay nada más eterno que la muerte; todo se acaba —dice a nuestras penas—; no es ni sueño la vida; todo no es más que tierra; todo no es sino nada, nada, nada... y hedionda nada que al soñarla apesta.” Es lo que dice el Cristo pesadilla; porque este Cristo de mi tierra es tierra.
Cierra los dulces ojos con que el otro desnudó el corazón a Magdalena, y hacia dentro de sí mirando, ciego, ve las negruras de su gusanera. Este Cristo cadáver, que como tal no piensa, libre está del dolor del pensamiento, de la congoja atroz que allá en la huerta del olivar al otro —con el alma colmada de tristeza— le hizo pedir al Padre que le ahorrara el cáliz de la pena. Cuajarones de sangre sus cabellos prenden,cuajada sangre negra, que en el Calvario le regó la carne pero esa sangre no es ya sino tierra; grumos de sangre del dolor del cuerpo, rumos de sangre seca. Más del sudor de angustia de la recia batalla del espíritu, de aquel sudor con que la seca tierra regó, de aquellos densos goterones, rastro alguno le queda. Evaporóse aquel sudor llevando el dolor de pensar a las esferas en que sufriendo el pobre pensamiento, buscando a Dios sin encontrarlo, vuela. ¿Y cómo ha de dolerle el pensamiento si es sólo carne muerta, mojama recostrada con la sangre, uajada sangre negra? Ese dolor espíritu no habita en carne, sangre y tierra.
No es este Cristo el Verbo que encarnara en carne vividera este Cristo es la Gana, la real Gana, que se ha enterrado en tierra; la pura voluntad que se destruye muriendo en la materia; una escurraja de hombre trogloditico con la desnuda voluntad que, ciega, escapando a la vida, se eterniza hecha tierra.
Este Cristo español que no ha vivido, negro como el mantillo de la tierra, yace cual la llanura, horizontal, tendido, sin alma y sin espera. Con los ojos cerrados cara al cielo avaro en lluvia y que los panes quema. Y aún con sus negros pies de garra de águila querer parece aprisionar la tierra.
O es que Dios penitente acaso quiso para purgar de culpa su conciencia por haber hecho al hombre, y con el hombre la maldad y la pena, vestido de este andrajo miserable gustar muerte terrena.
La piedad popular ve que las uñas y el cabello le medran, de la vida lo córneo, lo duro, supersticiones secas, lo que araña y aquello de que se ase la segada cabeza.
La piedad maternal de aquellas pobres hijas de Santa Clara le cubriera con faldillas de blanca seda y oro las hediondas vergüenzas, aunque el zurrón de huesos y de podre no es ni varón ni hembra; que este Cristo español, sin sexo alguno, más allá yace de esa diferencia que es el trágico nudo de la historia, pues este Cristo de mi tierra es tierra.
¡Oh Cristo pre-cristiano y post-cristiano. Cristo todo materia, Cristo árida carroña recostrada con cuajarones de la sangre seca; el cristo de mi pueblo es este Cristo: carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra!
Y las pobres franciscas del convento en que la Virgen Madre fue tornera —la Virgen toda cielo y toda vida, sin pasar por la muerte al cielo vuelta— cunan la muerte del terrible Cristo que no despertará sobre la tierra, porque él, el Cristo de mi tierra, es sólo tierra, tierra, tierra, tierra... carne que no palpita, tierra, tierra, tierra, tierra... cuajarones de sangre que no fluye, tierra, tierra, tierra, tierra...
¡Y tú, Cristo del cielo, redímenos del Cristo de la tierra!
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