Quisiera compartirles un correo enviado por mi amigo Pablo Espinoza, Pablo suele enviar estos correos llamados "Como todos los Lunes" a un grupo de amigos y conocidos compartiendo reflexiones y pensamientos.
"Es una verdadera lástima que los evangélicos hayan perdido la tradición del Adviento. Es mucho más triste aun que los que "observan" esta estación, con la que comienza el año litúrgico de la iglesia, lo hayan reducido a una simple espera de la Navidad; de una Navidad banal y ausente, aturdida por el consumismo que la ha embrujado.
La palabra
adviento, significa venida. Es en este sentido que la iglesia empezó a usarla, en referencia a la venida del Mesías en Belén, como Redentor del mundo, y como y Juez, al final de los tiempos. En la historia de la iglesia hay referencias a la observación del Adviento tan temprano como en el año 461de nuestra era. Al principio solo se observaba una semana de ayuno para una adecuada celebración de la Navidad. Luego se extendió hasta seis semanas previas a dicha fecha. Probablemente el Papa
Gregorio Magno (590-604) la redujo a cuatro semanas antes de la Navidad. Etapa que se observa hasta hoy.
El Adviento de la iglesia está intrínsecamente ligado a la esperanza. La esperanza de que alguien vino y vendrá para algo muy anhelado por toda la creación. Este mensaje es tan urgentemente necesario para la humanidad que lucha por encontrar su identidad, que la ha perdido, y que no quiere encontrarla, enredada en el laberinto de su compleja existencia y en la telaraña de su terquedad.
El Adviento es al otro extremo, la identidad encontrada en la fe, concreta y por concretarse. Es la suave luz del arrebol tenue que ya se vislumbra y que anuncia el albor de ese mañana de los profetas y de El Profeta, que en su primera venida se presentó frágil y vulnerable. ¡Que prosaico es ante esto la etapa prenavideña que se nos obliga a vivir! Pero que grande y sublime es la Adviento y la Navidad cuando tiene su centro en EL QUE ES, EL QUE ERA Y EL QUE HA DE VENIR. Entonces el frenesí de las luces y la música, que no tendrían porque desaparecer, se convierte en un Himno de Esperanza, como este que compuso Rubén Darío:
Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo Este.
¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto
y parece inminente el retorno del Cristo.
La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.
Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombra la humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.
¡Oh, Señor Jesucristo!, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas?
Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma loca, triste o empedernida
que, amante de tinieblas, tu dulce aurora olvida.
Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.
Y tu caballo blanco, que miró el visionario,pase.
Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi corazón será brasa de tu incensario.
Paz.
Pablo B. Espinoza